lunes, 1 de agosto de 2005

Primicia: Adela Ruiz, Escritora.

"Daniel es un joven normal, con una familia, que no se puede calificar como normal. Criado con su abuela Jane, desde muy pequeño aprendió a cocinar, limpiar y cuidar de sí mismo.
Su madre, Claire Stephenson, murió cuando él tenía 6 años, su hermana, Paula Fritz, cuando el tenía algunos meses de vida. Desde entonces vivió con su abuela materna.
La vida para Daniel Fritz Stephenson no ha sido fácil, nada fácil. Su padre aún vive, pero decidió empezar una nueva vida con una mujer, una tal Johanne, que Daniel apenas conoce. Por ésta razón, el chico no perdona a su padre. Por haber olvidad tan fácilmente a su madre.

Aquella mañana, Daniel se levantó bien temprano, incluso más de lo que acostumbraba. El motivo: ese día iría con su abuela de viaje a la cuidad continua. El acostumbrado ritual de aseo personal se efectuó sin contratiempos. Daniel pensó que sería mejor despertar a su abuela con un buen desayuno en la mesa de la cocina, así que puso manos a la obra y a eso de las siete y media de la mañana ya tenía todo listo.
La abuela bajó a los pocos minutos después de que Daniel gritara su nombre escaleras arriba, y disfrutó gustosa del desayuno. Había un día espléndido, y el cielo de un azul intenso albergaba unas esponjosas nubes y un sol radiante.
La casa en donde vivían era muy grande para que allí vivieran dos personas; de tres pisos, con una buhardilla en el tercer piso (la pieza de Daniel). En el segundo piso se encontraba la pieza de su abuela, una de alojados, una pieza que utilizaban de oficina (con un computador y varios archivadores) y un baño totalmente equipado y muy espacioso (tenia un pequeño jacuzzi).
En el primer piso se encontraba el living, el comedor y la cocina, todo junto, como si hubieran tirado al azar los muebles (recordaba un cuadro de Picasso); en este primer piso, un gran corredor llevaba a la monumental biblioteca de su abuela, que además contenía gran parte de los libros de su madre y de su abuelo Carl (ambos fallecidos ya hacía tiempo).
Al final del corredor había una pequeña puerta. Ésta daba a la antigua habitación de su madre. No se había movido nada, ni un cuadro, ni una silla o mesa, nada, todo estaba tal y como lo había dejado Claire.

-¡Dan- llamó una voz dulce y ronca desde el jardín delantero - ayúdame por favor con el auto, que mi vista ya no es como solía ser!.

Entonces, se asomó un rostro moreno desde la ventana redonda del tercer piso. Daniel era un joven de ojos azules oscuros, rasgos masculinos y atractivos, no era ni robusto ni delgado y tenía el cabello negro. Era más alto que su abuela, la sobrepasaba en unos quince centímetros. Ella le decía constantemente que aquello era una falta exagerada de respeto. Había crecido bastante en los últimos meses, y ya pasaba los setos que habían plantado hace algunos años, los que ya bordeaban el metro cincuenta. Le habían quitado los frenos el mes pasado y eso acentuaba su atractivo físico, ya que los ortodoncistas habían hecho un trabajo de excelencia notable.

-¡Enseguida bajo abuela!- le gritó desde la ventana en la que estaba asomado, bajó como un rayo, llegó a la cochera y sacó el viejo escarabajo del abuelo, haciendo osadas maniobras que crispaban los nervios de su abuela.

-Ten cuidado... derecho... ¡no!... ah... aguarda, viene un auto por la calle... ¡Hola señora Steward!, ¿se mejoró ya de la ciática?... ¡qué bueno, pues entonces nos vemos en la próxima reunión del Centro de Madres!. ¡Hasta Luego Señora Steward!... ahora si Dan, con cuidado... ya está, eso, bien, ya puedes bajarte.- le dijo mientras Daniel sonreía desde el interior del automóvil, al ver la cara tensa de Jane pasando a una expresión de alivio.

Había conseguido su licencia especial la semana pasada, pero aún no se atrevía a conducir mucho por las calles.

-¿Cómo lo hice?- le preguntó a Jane, mientras se apoyaba en el auto y lo golpeaba cariñosamente en el capó.

-Progresas, pero aún creo que deberías usar un poco el espejo retrovisor, ¡un poco más y atropellas al gato del señor John!.-

Pero Daniel estaba demasiado satisfecho de sí mismo como para que aquel comentario borrara su sonrisa. Se sentó en el césped del jardín y se puso a mirar lo que acontecía en la calle; una pareja paseando a su pero dálmata por la vereda del frente, una señora con un coche hablando con el vecino del lado, un grupo de niños en bicicleta que pasaron fugaces por la calle, un par de autos... y Francesca."

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