lunes, 30 de octubre de 2006

Don't Stop Moving

Me he descubierto mucho este último tiempo. Las cosas que siempre existieron en mi han salido maravillosamente rápido a ocupar gran parte de mi mente, y de mi cuerpo con sensaciones extrañas producidas por las cosas más ínfimas que tu te puedas imaginar.
Ahora mirar un simple lunar en el fondo de un cuello me produce una mezcla extraña de emociones casi nuevas. Ternura, deseo, alegría, ganas de no dejar de mirar ese lunar aunque eso signifique que me tengan que dar la espalda permanentemente, pena, ganas de muchas cosas y desgana de otras al pensar en que ese lunar es un detalle que no tendré.
Pero. Let's keep on moving, que las cosas nunca se acaban, se transforman :B

jueves, 12 de octubre de 2006

Mi día Jueves.

La mañana estaba llorando, callada, pero igual no más la sentía y me dio un frío atroz levantarme de mi lecho blanco.


La clase de la mañana se hizo sin mi presencia en la sala, mientras todavía soñaba con cielos rojos, nubes de un celeste medio verdoso y pastos de esmeraldas grises.


A eso de las ocho mi mamá me dice desde la puerta de mi habitación - "¿y tú, no tenías clases ahora en la mañana?" - "si mamá" digo entre las sábanas blancas y suaves que todavía eran demasiado cariñosas como para abandonarlas y desgarrarme con el primer estremecimiento mañanero y un bostezo descomunal que casi me afloja la mandíbula - "¿y a qué hora es?" - me dice. Pobre madre mía, nunca se aprende ningún horario. Para ella, llegar diez o treinta minutos tarde a algún lugar, es casi como llegar antes de lo estipulado. "A las ocho, mamá" respondo, y agrego "Pucha, me quedé dormida...".

Mentira, simplemente me desperté a las seis y me dije como siempre los nunca bien ponderados "cinco minutos más... lo juro". Mentira de nuevo, nunca hago los cinco minutos más de sueño, más bien se transforman en cincuenta minutos de sueño extra, y como resultado me quedo dormida y no alcanzo a llegar a la primera clase de lenguaje de los martes y jueves.

"¡Pucha Catalina, pero levántate y anda a la próxima clase pues!... yo por mientras me voy a acostar un rato más..."- me dijo y se fue a su cama. Yo me levanté.
Me fui a bañar. Siempre me desvisto primero. Ahora que mi mami no trabaja hay que ahorrar hasta los chicles. Me observo. Como siempre no más. No puedo evitar preguntarme si seré como todas o habrá alguien igual a mí; con ese rollito, este pelo, los ojos todavía dormidos, la cara y la expresión nula, esa ceja perforada... en fin. Me metí a la tina y ese agujero que aún no tapamos me dice que tenga cuidado de no apuntarle con el teléfono que llora arriba mío. Es bueno acceder a los consejos de una buena tina horadada. Me baño sin contratiempos. Creí palpar un porotito en la pechuga izquierda, pero fue una ilusión mañanera, porque al intentar tocarlo de nuevo no estaba por ningún lado.
Bueno. Salí de la ducha siempre con frío. El cielo ya no se quejaba y le dije a mi mamá "¡Mamá!. ¿Tomemos desayuno?", dos veces pero en ambas ocasiones la respuesta fue un "¡NO!" desde las profundidades de su lecho cremoso. Así que no quise molestarla
más y me fui a vestir como Dios manda.

Dato: el hipoglós es bueno para las heridas de la cara y el cuerpo, al fin y al cabo está hecho para los potitos de guaguas.

Luego me sequé el pelo y me dispuse a tomar desayuno solita.
Cuando tenía la taza de café con leche en la mano y el par de panes con mantequilla y paté a medio comer en el plato, llegó mi madre despeinada y aún con pijama a decirme "¿Por qué no me avisaste que tomarías desayuno?” – “¡Pero si lo hice!” – “¿ah si... y cuántas veces?” – “dos veces mamá” – “¿y por qué no insististe?” -
me dijo con cara y voz de niña chica.

En fin. No tenia tiempo para quedarme y tomar otra tacita de café, así que se lo dije y no le quedó otra que aceptar que si no había aprovechado cuando le dije que tomáramos desayuno, no podría hacerlo a esa hora, ya que eran ya un cuarto para las diez y yo me había demorado mucho.

La clase de química comenzaba un cuarto para las diez ese día, y llegue tarde dadas las anteriores circunstancias, pero llegué.

Es (relativamente) bueno que los profes no te digan mucho si llegas atrasada, ya que encuentran que es mucho mejor llegar atrasada a no llegar. Así que cuando finalmente el día empezaba a verse más o menos ameno, gracias a la compañía útil de mi pendrive enchufado a mis orejas, llegue al establecimiento educacional preuniversitario con muchas ganas de que a la salida se encontrara la Carol esperándome como me había dicho el día ante-anterior. Pero cuando salí de la clase, muy campante después de decirle mi apellido vasco al señor docente para que no me pusiera ausente (docente, ausente... rima...) y después en la notificación que llegase periódicamente a mi domicilio saliera que había estado faltando, siendo que no es así; mi sorpresa fue no ver a la “M” (o Carol) sentada en las afueras de la dirección.

Pensé entonces que tal vez se había retrasado y la espere todo el recreo, pero al no verla los primero cinco minutos las ideas comenzaron a cruzar mi cerebro veloces como los trenes bala.

Tal vez se había quedado dormida, o no fue porque se le olvido; no fue porque la raptaron; fue, y no me vio y se fue sin mí; no fue porque no la dejaron; fue, pero un tipo se le acercó, la raptó y en ese momento estaba siendo degollada por aquel personaje a lo Chucky, pequeño y malévolo; fue, pero al no verme le entro un pánico terrible, salió corriendo y la atropellaron; fue, y llevó galletas compradas en “Castaño” (ella siempre compra galletas ahí) y se las comió tan apurada para no convidarme que se atragantó y al descubrir su tos desesperada, los docentes que la observaban decidieron llamar a la ambulancia y llevarla al hospital donde en los momentos de mi enojo por ella al no verla sentada esperándome, mi amiga de la infancia, se debatía entre la vida y la muerte en algún hospital cercano...

Díganme como quieran, pero a veces no puedo evitar pasarme rollos de películas extranjeras. Sin embargo, quiero dejar en claro que trato de no hacerlo... o al menos de no confesar que lo hago, aunque ahora lo este haciendo.

¡Bueno!. Basta de detalles absurdos, y sigamos con mi día jueves.

Al pasar un par de minutos yo ya me había aburrido, porque si la Carol no había estado esperándome en la entrada significaba que venía retrasada (o le había pasado algo de las suposiciones anteriores) o simplemente no había ido a buscarme como me había dicho que haría. Así que opte por lo mas sano y decidí que la ultima opción era la más cuerda que podía haber en este mundo y decidí entrar a la sala C para recuperar la clase de lenguaje que había perdido en la mañana por querer en vano dormir cinco minutos.

Le comenté a medias mi situación a la profesora, quién comprendió, me puso como atrasada, pero presente, en la carpeta de las asistencias y me quedé trabajando en la guía número cuarenta y uno, de Narración y Literatura.

(Entre nos, la Literatura es uno de mis placeres culpables, pero no le cuenten a nadie... es más, no creo que mucha gente me lea aquí. Pero les voy a decir una cosa: me importa bien poco. Con tal de escribir un rato con la inspiración que tengo para que la pobre no se pierda con el sueño que me invade pero que ignoro con tal de escribir, aunque ahora sean las once con doce minutos de la noche y yo haya tenido un día de viajes interestelares terrenales. Pero eso es otro cuento que se los cuento más adelante).

Bien buena la clase que me había saltado en la mañana pero definitivamente es mejor hacerla a esa hora que a las ocho de la mañana.

Como había quedado con la Paulina de ir a su Facultad de Urbanismo y Arquitectura, al salir del preuniversitario me fui directamente a conseguir un teléfono público para llamarla y preguntarle si la propuesta seguía en pie. Afortunadamente encontré uno cerca del metro. “Maracaiba vente no más, te esperoooo...”, me dijo en susurros, para que su profe no la pillara hablando por celular en plena clase. Maracaiba nos decimos, porque suena menos agresivo que “maraca” y además nos sentimos tropicales y queridas.

Cargue la multivía en una cabina de la boletería y el señor-joven-boletero se hizo el lindo con una mímica de físico culturista al romper de un tirón mi comprobante de carga. Le sonreí, la sonrisa no me costaba nada, y el chiste a él tampoco. Sigamos.

Ruido de cobro al pagar con la multivía el derecho de entrada al ducto del metro: “¡Tit!”.

Pasé, esperé un poco, y llegó el vagón siempre celeste del metro de la línea 5.

Al subir al vagón que me correspondió con la puerta frente a mis narices, descubrí al hijo de mi ex tía del furgón colegial, sentado con un compañero, o quizás amigo, en una esquina del metro. En realidad me sorprendí yo misma al identificar un rostro siendo que andaba sin las gafas para ver con la miopía que tengo hace ya siete años. Pero no fue más que un ‘hola’ claro de mi parte y un tímido ‘hol..’ de la suya. Nunca hablé con ese niño, así que una conversación forzada era una de las cosas que no quería tener en ese momento.

Las estaciones se sucedieron una tras otra, hasta que casi por inercia me encontré subiendo las escaleras para la combinación con la línea 2, hasta la cuál llegué sin tropiezos ni contratiempos y, por segunda vez en el día, la puerta quedó frente a frente con mis narices. Que suerte he tenido hoy con las puertas de los vagones, hasta me abrían dado ganas de comprar un Kino (esa superstición maldita) para ver si ganaba algo, pero no tenía mucha plata y eran las una con treinta y tantos minutos y yo todavía tenía que almorzar con la Paulina y llegar a mi casa en colectivo de vuelta con sólo mil pesos de presupuesto, así que la idea del Kino fue absoluta y totalmente desechada de mi cabeza hasta nuevo aviso (o sea hasta nunca, porque como dije antes, el ahorro lo tengo ahora a flor de piel y hay que hacerlo pan de cada día para ver los frutos que nos deja).

Señores pasajeros, estación Universidad Católica”. Me bajé esquivando a un señor que estaba al medio de la puerta con muletas. Subí las escaleras y salí en dirección a Marcoleta para juntarme con la Pau que tenía que estar esperándome en la cafetería de la entrada. Cuando llegué, no la vi, y supuse que si yo no la veía, ella me vería. Esperé un par de minutos y la divisé caminando en diagonal en dirección hacia donde yo estaba, con su maleta delgada y su mochila cargada.

Fuimos donde las ‘Viejas Calientes’. “¿Por qué les dicen así?” pregunté divertida y alarmada. “Jajaja, porque todo te lo quieren calentar” me dijo ella aún más divertida y menos alarmada que yo. Entendí la afirmación de mi amiga, cuando compré mi pan con queso y la señora me dijo “¿se lo caliento?”. De pura risa le dije que no, pero después me di cuenta de que el pan estaba helado y el queso demasiado duro. Sin embargo el hambre pudo más y me lo comí igual.

Las tres siguientes horas en la clase de Taller de la Maracaiba las pasé haciendo los puzzles de los diarios del metro que ella tenía, dibujando caricaturas en la página de los ser-vicios del diario “La Hora” y acordándome con ayuda de sus compañeras, de las canciones más conocidas de Juan Gabriel y Pedro Fernández. El resto fue ver a mi amiga de colegio pintar apurada por la hora una casa con lápices a palo que eran de oro según ella por el altísimo valor que tienen.

Como a las cinco y tanto el resto del alumnado de la Universidad de Chile que se encontraba en esa sala de Taller, se empezaron a parar de sus asientos con las mochilas en los hombros, esas maletas negras, donde cabe un block de esos grandes que algún día tendré yo también, y a entregar sus trabajos. “Paulina, apúrate” le digo al ver que ella repasaba por séptima vez el color de la fachada y temiendo que todavía le faltaran otras tres repasadas más, siendo que tenía que entregar el dibujito en los próximos dos minutos. Al final lo terminó y puso su nombre, carrera, fecha y otras cosas curriculares (le faltó el puro signo zodiacal chino) y fue a entregarlo, mientras yo (para apurar un poco el asunto) me puse a guardar algunos de sus materiales de arqui-tortura en el estuche tipo cosmetiquero que tenía.

Finalmente, cuando la Pauli tenía todas sus cosas empaquetadas, nos dispusimos a caminar en dirección a la estación de metro, pero a medio andar comenté que quería un coyak e hicimos una parada en un negocio medio under que había por ahí. Tenía ciento cincuenta pesos extra para hacer mi felicidad gastándomelos en alguna golosina, y cuando vimos los Capris de frutilla en la vitrina con bolitas plateadas, no dudamos en comprarnos ése riquísimo dulce, porque es nuestra tradición tradicional comerlos juntas.

Y así, comiendo el chocolate, riendo y conversando de la vida, nos subimos al metro.

De nuevo las estaciones se sucedieron rápidamente, yo creo que fue porque ya era el horario “pic” y el pobre trencito tenía que transportar a un creciente numero de personas cansadas y ojerosas en el menor tiempo posible. Entonces antes de llegar a Bellavista de la Florida, me despedí de la Paulina con un gran abrazo y un beso, y me bajé. Caminé hasta la conexión intermodal y subí por las escaleras mecánicas que conectan la salida del metro con el supermercado Unimark y de ahí atravesé todo el mercado-súper para llegar a las otras “escaleras mecánicas deslizantes” que me llevaron a las profundidades tenebrosas y llenas de gente haciendo fila (a esa hora) para tomar el mismo colectivo que tomaría yo, después de media hora de estar parada en la cuncuna creciente y aburrida de gente trabajadora y sin auto.

Cuando por fin estuve sentada en el colectivo, pensé un rato... “¿Cuánto sale a Curtiduría?” – “Tres cincuenta, Lola” – “Bueno”, y pagué.

Decidí pasar a la casa de la Daphne. La curiosidad de saber cómo le habían pedido pololeo fue más fuerte que la de llegar a mi casa, así que caminé unas cuadras adentro en la calle Curtiduría, hasta llegar a la casa de esquina de sus abuelos que hace dos meses (y un poco más) es su casa.

La llamé con un grito por su nombre y de adentro se escuchó la voz del abuelo “Daphne, te buscan”. Salió a abrirme. “Pensé que era la Cote” me dijo.

Para no exponer su vida privada (y la mía también) resumiré que estuvimos un buen rato hablando de varios temas: viajes, universidad, cigarros, sexo, copuchas, lamentos, pensamientos y opiniones varias.

A las siete y tanto me llamó mi mamá para preguntarme a qué hora me dignaría a llegar a mi casa. “A las ocho me voy para allá mamá”, y quedó tranquila. Y así lo hice, pues dieron las ocho de la tarde y yo me puse las zapatillas (es que siempre me las saco en la casa de la Daphne), me despedí de sus abuelos con un “¡Chao chiquillos!” y caminé hasta la puerta donde, por segunda vez en el día, me despedí de una ex compañera y partner de vida, con un fuerte abrazo y un beso. Me enchufé el pendrive a las orejas y saqué un cigarrillo para relajar un poco el caminar rápido. Pensé en pasar a la casa del Matías, pero la hora (la falta de plata en el celular para avisarle a mi madre) y la promesa de llegar pasaditas las ocho no lo hicieron posible, así que caminé no más y llegué a mi casa, con una sensación extraña en la guata.

Estaban mi tía y mi madre tomando once, cuando llegué. “Hola cabra” me dice mi tía, al tiempo que mi mamá agrega “¿cómo te fue?” – “bien pos, estaba bien la Daphne, y la Pauli métale pintando, pero igual la acompañé un rato bien largo” – “qué bueno Cati” dice finalmente mi mamá.

Me puse una taza y me senté a tomar once con ellas. Cuando estiré el brazo para alcanzar un pan, sentí una presencia en el campo visual que no tenía en ese momento y volteé la cabeza descubriendo a mi padre con cara de loco (sí, a veces la hace, pero a propósito... aunque sospecho que la costumbre ya se la grabó en sus facciones, haciéndose un poco difícil distinguir si la hace con querer o si no la hace) y me dice “Salúdame pos” – “Hola papá, ¿cómo estai?". Hace un par de semanas que incluimos en el saludo de la tarde, mañana o noche el “¿cómo estai?”. “Bien” dice al tiempo en que va a la cocina con mi beso en la mejilla y se sienta a mi lado con una taza limpia, toma el té, la canela y el azúcar y los mete todos juntos en la taza.

Tomamos once y me tocó lavar los platos al final. Mientras los lavaba pensaba en que este día quedaría entrete en el Blog. ¿O nofre?.

viernes, 6 de octubre de 2006

Tell me. Tell you.

Changos y re changos! las cosas se suceden con tanta rapidez que temo quedar volcada y pequeña dentro del universo cósmico y vomitivo de la basura espacial.

Si, la basura espacial a la que pertenezco. Sentirse demasiado sola no es bueno, sobre todo ahora que sé de lo que me pierdo.

En cierto modo antes era más fácil solo creer en el mundo de las ilusiones y nada más, pero cuando te meten otra cosa en el conjunto de los sentimientos, las situaciones se vuelven más accidentales y fuertes. Changos y re changos!. Justo ahora me tenía que pasar esto a mi, por la (re) chucha.
Todos me dicen que son cosas por las que todos pasamos, y que a la mayoría les pasa y blah blah blah y más blah puaj, blah puaj puaj. Pero no, porque no sienten igual que yo, y es cierto, nadie lo hace.
Las sensaciones son atribuibles a un conjunto de sentimientos entre-mezclados y confundibles con la realidad y los sueños, pero a mi se me hizo una mescolanza terrible con mis sentimientos pasados.
No será el (más) mejor del mundo, pero se me viene el problema, todavía lo estoy queriendo, y cuando uno quiere, quiere con todo y sin excepciones. Pero soy egoísta.

"Cata, no seas egoísta. Deja que el cabro viva su vida como quiera de una vez por todas."

Y qué hay con lo que yo quiero?. Buscar en otros lo que vimos en una persona no es lo más correcto que se pueda hacer. Reemplazar no es bueno.


martes, 3 de octubre de 2006

Crear entrada nueva dice.

Crear. Qué fuerte.
Da miedo empezar.
Da mucho más terminar. Y pavor a terminar mal.
No quiero volverme fría. Pero tampoco pasional.
Pasión es una palabra que si estáescrita en mi alma, y cuerpo, y es fuerte descubrirlo derrepente al sentir caricias que suenan más que a atracción.
¿Confundida?. Claro que sí.
¿Qué es la confusión sin que sintamos seguridad?. Pues nada.
No he dejado de sentir. Y no he dejado de temer. Y no he dejado de amar. Creo que nunca dejé de hacerlo. Nunca pude.
Volvamos. La Pasión es algo alucinante y adictivo. Peligrosa. Mucho y muy peligrosa, porque nos lleva a un lugar desconocido y pasajero. Todo se desvanece. Cuando la pasión se va quedamos solos y desamparados. Sin amor la pasión se desvanece tan rápido como el primer estremecimiento, ése que da al sentir una caricia, un cariñito con cara inocente, pero con un sabor dulzón y tibio.
El tiempo sabe esperar. ¿Por qué tu no?.
Necesito encontrar la simbiósis entre el amor y la pasión. Tal vez lo encontré. Tal vez ya lo perdí. Tal vez aún no se me ha cruzado.
Estar confundida me confunde.
Extraño demasiado el pasado, pero el presente tampoco está tan mal.
YO quiero. TU quieres. ¿Cuál es el problema?.
Mi problema tiene aires de poeta y artista. Pero los pies en la tierra y la cabeza en las nubes, y los labios en los míos.
Al menos en mis sueños.

Tal vez mi error fue no regalarte una estrella. Tal vez mi error fue nuestro. Quién sabe.

Dame la mano y danzaremos, dame la mano y... me amarás?