domingo, 25 de febrero de 2007

Dulce abrazo.



Si ya perdió sabor la vida.
Si ya cambió el mundo de color.
Si ya los vientos soplan tibios.
Abrázame.
Que mis brazos fuertes son.

Si mis labios están claros.
Si mis piernas perdieron su calor.
Si mi pelo cae a jirones.
Bésame.
Que mi boca no ha perdido su sabor.

jueves, 8 de febrero de 2007

Endúlzame la vida con sabor a vainilla.

[ Come with me, and you'll be In a world of pure imagination Take a look and you'll see into your imagination We'll begin with a spin Traveling in the world of my creation What we'll see will defy explanation If you want to view paradise Simply look around and view it Anything you want to, do it Want to change the world, there's nothing to it There is no life I know To compare with pure imagination Living there, you'll be free If you truly wish to be If you want to view paradise Simply look around and view it Anything you want to, do it Want to change the world, there's nothing to it There is no life I know To compare with pure imagination Living there, you'll be free If you truly wish to be ]

Esa canción me gusta mucho y casi no tiene ciencia.
Habla solo de la imaginación.
Yo admiro a la gente con una imaginación desbordante, de esas imaginaciones que se envidian demasiado por ser tan fabulosas.
Yo quiero una imaginación así. Quiero imaginarme más cosas de las que ya me imagino (aunque eso traiga consigo una serie de eventos desagradables y muchas frustraciones).

No me gusta lo que estoy escribiendo. No consigue convencerme.

Hablemos de mi abuelo, porque me gusta hablar de mi abuelo.

Okey.

Mi abuelo fue un gran hombre. Su familia venía de España, pero no sé muy bien de qué lugar de España ni cuál era su parentesco con aquellos familiares españoles que alguna vez tubo. Según lo que sé, su padre abandonó a su madre cuando él era pequeño, y ella lo llevaba a los juzgados a luchar por no sé qué derechos (como ven, tengo varios vacíos en la historia, pero en general se está entendiendo, sigamos).

Aparte de todo ese asunto legal, mi abuelo crecía jugando a la payaya, a las bolitas, al correquetepillo y tirándole piedras a todas las cosas que se movieran (las lagartijas, las carretas, a los perros y, quién sabe porqué asunto medio arcaico, a las niñas que pasaban por la calle).

Luego de conocer a mi abuela, en su adolescencia, se casaron y tuvieron cinco hijos, dos hombres y tres mujeres, de las cuales mi madre es la menor naciendo en el año 1960, cuando el rock and roll estaba en su apogeo máximo y los peinados de metro y medio eran la última moda.

En esos tiempos locos, mi abuelo trabajaba haciendo diversos objetos de metal, con unas máquinas gigantes que aplastaban las planchas de acero y escupían relojes, porta fotos, campanas, bisagras y toda clase de objetos pequeños que usaban los niños para sus juegos inventados en el momento.
Hubiera querido que mi abuelo guardase alguno de esos artefactos en una caja. También hubiera querido ir a su casa y espiar las cajas, y encontrar justo esa que contenía los juguetes y relojes y cosas que él hacía para la gente de tiempos anteriores.

Desde que tengo memoria (y desde que voy a visitar la casa de mis abuelos) en la casa de villa alemana había un pequeño cuarto que estaba al final de la terraza que contenía, al principio, un misterio que yo no sabía descubrir porque era muy chica. Ya más grande, jugando con mis primas que vivían en la casa de al lado, a las escondidas, descubrí que la puerta de aquella pequeña pieza misteriosa estaba abierta. Grande fue mi sorpresa al entrar y descubrir un pequeño taller. No debe de haber tenido más de tres metros cuadrados, pero yo lo vi tan grande y lleno de cosas que no pude evitar echar un segundo vistazo ( en sencillas palabras "intrusear" en el taller descubierto ).

En cuanto entré me di cuenta de que en el suelo no había muchas manchas de pintura. Un detalle, en fin. Al lado derecho de la habitación había un gran ventanal con vidrios que impedían la visibilidad tanto para afuera como para el interior, pero la luz entraba a grandes trazos, haciendo que el polvo de aquel cuarto privado se viera como pequeñas hadas alborotadas con mi presencia. Entré, y cerré la puerta (al fin y al cabo podía esconderme mientras mis primas me buscaban, ya que jugábamos a las escondidas).

Mi curiosidad fue tan grande y tanta que aún recuerdo el olor a óleo que me llenó la nariz (claro que ahora sé que fue óleo, porque en ese momento no tenía ni la más mínima idea).
Habían en frascos viejos y usados de mayonesa, miles de pinceles de todos los tamaños. En el lado izquierdo del cuartito, había una repisa que llegaba hasta el techo. En esa repisa había muchos libros, unas botellas con un contenido líquido parecido al agua (ahora sé que era agua-rrás), y unas cajas de metal sin etiqueta que no supe lo que contenían hasta muchos años después, cuando mi abuelo dejó este mundo y sus cosas fueron registradas con angustia, para embalarlas y guardarlas en cajas más grandes hasta quién sabe cuándo.

(Ahora si me gusta la historia que les cuento.)

Al centro de la habitación había un extraño objeto que yo jamás había visto en mi vida y ni sabía para que se usaba. Era un aparato compuesto de tres patas, de madera todo, y tenía en la mitad de las dos patas delanteras una madera transversalmente colocada. Era donde mi abuelo ponía sus lienzos y creaba sus locas pinturas que al final de sus días no eran más que dibujos sencillos de olas rosadas llenas de espuma celeste en un mar calmo.

"¡Un, Dos, Tres por la Cata!" Me habían visto. Salí corriendo del taller, y cerré la puerta. Corrí rápido para reclamar mi derecho de contar la próxima vez y a espiar a mi prima para decirle a los demás que salieran a librarse cuando ella los buscase por el lado opuesto al que ellos estaban (sí, yo era la vil espía en ese juego de niños).

Una espía del arte en el taller de mi abuelo.