martes, 22 de agosto de 2006

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No hace falta ponerle titulos a las cosas que se piensan y luego se dejan caer por los dedos en el teclado lleno de teclas (valga la... ya saben).

En fin.


Ayer me hicieron imaginar que caminaba por un bosque a través de un sendero seguro. Un bosque frondoso y húmedo. Sentía la tierra tibia y cercana bajo mis pies descalzos. Caminaba tranquilamente utilizando todos mis sentidos. Rozaba con las piernas y los brazos los helechos que me rodeaban. Olía las hojas secas de las copas de los árboles y las mojadas hierbas que crecían cerca del suelo. Las flores y las mentas silvestres me hacían bromas: se burlaban de lo inútil que resultaba mi nariz, y me preguntaban cosas como "¿por qué no tienes raices?", "¿cómo comes?", "¿dónde vas?". Esta última pregunta no supe responderla. Yo sólo caminaba. Sintiendo. Gozando. Calibrando mis sentidos en aquella frecuencia agradable pero desconocida. Escuchaba el cantar de las aves arriba en el cielo, el trinar de un arroyo cercano pero invisible, misterioso. Casi podía saborear el aire lleno de aromas secretos que nadie había nombrado aún. El aroma y sabor dulzón del ambiente se filtraba por mi cabello. Jugaba y lo hacía dansar. No me molestaba, más bien me parecía divertido y dejaba que el viento acariciara mis mejillas.


A medida que avanzaba, los árboles comenzaron a alejarse unos de otros, y el paisaje seguía ahí, pero esta vez había mucho espacio. Miré mis pies y me dí cuenta de que ya casi no había camino. Había dejado atrás todo el confort de un camino seguro y ahora me enfrentaba a lo desconocido. La brisa dulce seguía jugando con mi pelo, y los pájaros seguían cantando, solo que éstos últimos se escuchaban a lo lejos pero no menos entusiastas.
Me asusté y traté de devolverme por el sendero, pero no pude, había una fuerza invisible que me impedía regresar. Escuché entonces un murmullo, una voz que no pude distinguir, y entonces se me llenó la cabeza de preguntas que se disparaban desde lo más profundo de mi ser consiente hacia mis labios y no pude evitar decirlas en voz alta: "¿qué o quién habla?, ¿qué hace aquí o dónde está?, ¿qué es éste bosque tan... 'de otro mundo'?, ¿cómo he llegado aquí?, ¿podré salir alguna vez?, ¿por qué no puedo retroceder?, ¿quién controla este lugar?, ¿quién lo crea?, ¿dónde estoy?.
Y el murmullo se volvió una voz femienina, muy nítida, increíblemente parecida a la mía. Tanto así, que tuve que palpar mis labios para serciorarme de que no habían sido ellos los que se movían. "No puedes regresar, porque tu niñez se ha ido..." me dijo.

Horror.

¿Qué harían ustedes si una voz con las características y el tono de la suya les dijiera una cosa semejante en un lugar semejante y en semejante situación, y sabiendo que ustedes no han abierto el pico para otra cosa que no fuera hacer preguntas?...

(continuará)

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