domingo, 16 de agosto de 2009

Aparte.

*

Iba por un camido verde, verde, tan verde que era irreal.
El cielo estaba teñido de gris, las nubes lo tapaban todo.
El clima era cálido, agradable, como cuando está a punto de llover, pero no pasa nada.
Yo, caminaba, tranquila, serena.
Llevaba un vestido blanco y varios kilos menos.
Era hermosa a mis propios ojos, lo cuál nunca he sido o sentido ser.
La pradera se extendía más allá de mi vista, y las colinas ondulantes del horizonte no me ayudaban en la definición de una perspectiva más real.
Estaba sola.
Y no había apuro.
Ninguno.

Mientras yo caminara tranquila y pudiera sentir el pasto en mis pies descalzos, mientras el aire oliera a tierra, mientras el cielo no llorara, mientras las pequeñas flores blancas del césped no se marchitaran, yo estaba en paz.


Sin darme cuenta, el cielo se despejó y las colinas se aplanaron progresivamente y la tierra se calentó con un sol abrasador y tierno.
Detrás de una de las colinas ahora llanas, a lo lejos, apareció un ser, masculino, de aspecto tosco y alto.
Vestía ropas blancas, igual que yo, y no me miraba a mi, miraba el horizonte.
Mientras, me detuve.
Observé sin prejuicios.
No pude sentir su esencia ni sus intenciones, no pude ver su aura, ni su alma.
Estaba ahí quieto, con los ojos nublados, viendome, viendose.
Yo seguía caminando.
Cuando me acerqué lo suficiente como para ver el color de sus ojos, cuando di un paso más en su dirección, su silueta comenzó a desvanecerse.
Mientras más avanzaba yo, más se disipaba él.
Mientras más me acercaba, más se alejaba.
Al final llegué a pararme en el lugar que él habia estado, mirando el suelo, atónita, desconcertada, triste. Se había ido.

Mi cielo se nubló súbitamente.

Lloró.



¿Será que siempre que me acerco a alguien intimamente, desaparece?

*