lunes, 23 de abril de 2007


Llegué a mi casa con ganas de escribir.

Mi estómago estaba vacío en La Plaza. Sus jugos se vertieron precipitadamente en mis lagrimales. Y me los tragué amargamente. Caminé. Lo mejor fue caminar. Acepté el momento con la cabeza gacha y cero ganas de seguir discutiendo. No me hace bien.

Bajé las escaleras cargada con un rollo monumental de cartón forrado al que me aferré. Me sentí abandonada en el creciente mar de gente que hacía lo mismo que yo, pero que no se sentía como yo.

Cuando me vi al principio del come-boletos, busqué mi boleto pre-comprado ese mismo día en la mañana, y no logré encontrarlo en el cuchitril de mi bolso cremoso ( todo mal ). Tuve que comprar otro y hacer la fila de nuevo.

(...)

Caminando de nuevo. Por Ongolmo. Las hojas no estaban demasiado secas como para crujir debajo de mis pies. Yo no tenía ánimos de nada, e iba craneando mi soledad piramidal. Murmuraba sola mirando al suelo, pensando en ti y en mi. Hablándole al aire, como si me entendiera. Tenía una mejilla apoyada en mi rollo de cartón, que cargué como si fuera un niño de pecho todo el trayecto. Se cruzaron un par de personas que supongo me miraron extrañadas, pero no las vi realmente. No pensaba en nada más que mi progresiva sensación de soledad y abandono. Lo que más odio en este mundo es sentirme sola en un mar de gente.

Llegué a mi casa con ganas de escribir.


“Las hojas nunca fueron lo demasiado secas para crujir bajo nuestros pies”, pensé.


domingo, 15 de abril de 2007

Un cuento en historia.



(haga click en la imagen para agrandarla y leerla bien, si no entiende la letra, intentelo mejor)